01 septiembre 2025

Biografía de Alatriste: Cuatrocientos años de claroscuro español


Rogorn Moradan - abc.es - 01/09/2025 

Desde el momento en que Íñigo Balboa comienza sus Papeles cuestionando la piedad y la honestidad de Diego Alatriste y Tenorio, pero no su valentía, el lector está irremediablemente condenado a seguir leyendo. Para Íñigo, Alatriste fue un padre sustituto y luego un ejemplo de vida, y para el lector un personaje fascinante que provoca sensaciones continuamente. Suele contar Pérez-Reverte que siempre le sorprende el número de personas que le dicen, de viva voz o por escrito, «es que Alatriste soy yo», y la verdad es que al oír esto cabría preguntarse a qué faceta de Alatriste se refieren.

Probablemente quieran decir que se ven a sí mismas como gente con unas reglas de vida que siguen siempre, valorando por encima de todo la lealtad y la palabra dada, aunque sepan que a veces eso les perjudique; o que mantienen la cabeza fría en situaciones límite, estando ya desde siempre preparados para lo peor, pero sin jamás dejar de luchar, por mal que pinten las cosas; o quizá que la vida les ha dejado una lucidez amarga ante todo, incluso (o especialmente) lo que más quieren. Pero ser Alatriste también puede significar que te ofendes con facilidad; que serías capaz de rematar sin piedad a un enemigo herido; o quizá que ahogas tus penas en el alcohol, sin molestar a nadie... a no ser que esa noche lo que desees realmente sea matar a alguien sin mucha excusa, solo para sacarte los demonios de dentro.

Diego Alatriste no es un monolito sin fisuras, y se le verá una cara u otra dependiendo de qué lado venga la luz. Lo mismo puede arriesgar su pellejo por ti que buscarte pendencia por una sonrisa a destiempo. O salvarte la vida en una batalla en Flandes y luego clavarte dos cuartas de acero en Madrid. El teniente de alguaciles Martín Saldaña, entre otros, puede darles razón de ello. Hay muchas formas de ser Alatriste. Fue creado para recordar a todos sus lectores cómo era la España del Siglo de Oro, con sus luces y sus sombras, así que no es extraño que el propio personaje también las tenga.

Pero no todo tiene que ver con situaciones de vida o muerte. Aunque a Alatriste se lo represente habitualmente en amenazador blanco y negro, Íñigo lo conoce por primera vez canturreando coplillas o versos para aliviar los dolores y la falta de sueño por una grave herida. También nos cuenta que su intimidante mirada glauca podía quebrarse de pronto en una sonrisa cálida y acogedora. Al contarle a Íñigo la hazaña de Nieuport, el sargento Vicuña relata cómo Alatriste desdramatiza la situación (probablemente solo ahora, a toro pasado) con el humor negro de que «estábamos demasiados cansados para correr».

Cuando necesita información importante de Jerónimo Garaffa para la misión de 'El oro del rey' prefiere hacerse una quemadura en su propio brazo en lugar de torturar al prisionero. Y al recibir una joya como premio personalmente concedido por ese rey, que ya tiene su oro a buen recaudo, palidece de embarazo porque ahora todo el mundo lo está mirando, y a la vez considera que más que una recompensa es una cadena que, por sus reglas personales, lo ata aún más en su lealtad, tanto que al libro siguiente acabará pidiendo que «a mí esa bala».

En la cama con María de Castro, cuando ella lo llama repetidamente «mi vida», el capitán encuentra sentido a la suya, «si merezco, aunque sea por unas pocas noches, que una mujer así me mire como ella me mira». La serie entera de sus aventuras (esa palabra viene en el título de la colección, y a mucha honra) está llena de detalles como este, que van esculpiendo con línea clara un rostro menos pétreo de lo esperado.

Saciar el hambre, la ambición y el afán de aventura fue el verdadero motivo por el que Diego Alatriste se alistó en las tropas de tres Felipes durante medio siglo, más que la patria, la bandera o la religión. Es cierto que si alguien lo importuna por causa de su nación, el asunto no quedará sin respuesta, pero Alatriste, quizá desde la primera vez que volvió de Flandes y vio cómo se vivía en el derroche y la arrogancia en la corte de Madrid, pronto empezó a valorar las banderas para lo que de verdad sirven en el campo de batalla: para agruparse en torno a ellas, junto a algo que a cada cual le recordaba su tierra y su familia, aguantando cargas de caballería, combatiendo con los dientes apretados. Una vez acabada la lucha, su significado pasaba a ser más bien el de trapos tejidos por los reyes y los poderosos para colmar sus ambiciones, mientras quienes más las agitan son quienes más lejos están de las balas que caen como granizo.

A cambio, Alatriste respetó siempre a los hombres que se hicieron matar creyendo de buena fe en ellas. Eso no quita, sin embargo, que sea capaz de combatir y morir por ser fiel a algo: a la reputación compartida con los compañeros de su tiempo que, en realidad, será siempre su auténtico patrimonio. Así es como Alatriste podrá considerar que España demostraba ser con sus mejores hijos siempre menos madre amorosa que madrastra ingrata, y al mismo tiempo negar a Íñigo la posibilidad de unirse a un motín, con un pescozón acompañado de la contundente frase «tu rey es tu rey».

En cuanto a lo religioso, Alatriste nunca se preocupó gran cosa en andar en rezos ni en latines. Cuando antes de entrar en combate veía rezar y santiguarse a los camaradas, pensaba siempre que lo bueno de la religión católica era que consolaba en trances como aquellos, y por eso respetó siempre a los que creían en esas cosas. Diferente era su opinión sobre las altas jerarquías de los ministros de Dios, sobre todo tras vivir de cerca la Inquisición y sus estragos de oscuridad y fanatismo. Íñigo, entre otras muchas peripecias, también puede dar razón de ello, y de los muchos otros matices alatristescos con los que lo describe en toda la serie.

Alatriste era, aun cuando no le tocara estar en campaña, un soldado. Y eso tenía consecuencias, por ejemplo en su relación con las mujeres. Solo se enamoró de verdad una vez, la historia no acabó bien, y los remordimientos por las consecuencias le acompañarán siempre, aflorando incluso de manera significativa durante su misión en París. A partir de entonces, y a medida que se va haciendo mayor, lo que más le atrae de una mujer son las huellas que la vida dejó en ella, y prefiere las que contribuyen a dejarle una forma más lúcida de mirar el mundo, a ser posible con silencios más elocuentes que las palabras, sea veneciana, holandesa o lebrijana, sea actriz o tabernera.

Otra consecuencia de su vida son los remordimientos. Una existencia como la del capitán deja demasiados fantasmas que te acompañan, y no es agradable cuando salen a la superficie. Mató mucho, y no siempre fue del todo necesario ni justificable. Fue hijo de su tiempo y de su mundo, pero eso, que lo explica ahora, no le consolaba entonces. ¿Cómo se soporta eso? Con vino, del bueno a ser posible, y con libros. Sin ser lo que hoy llamaríamos un bibliófilo, procura tener siempre alguno a mano, «para sobrellevar días como este».

De su amigo Quevedo, de su admirado Lope, del añorado Cervantes, del camarada Contreras... Son como los remedios de su amigo el tuerto Fadrique, boticario de Puerta Cerrada: «No eliminan la causa del dolor, pero ayudan a soportarlo». Otras veces, cuando no tiene libros a mano o ganas de leer, coge la espada, el sombrero y la capa y sale a la calle a buscar a una mujer. Ése es también un buen consuelo para el dolor y la memoria… y otra manera de volver a empezar el círculo. Porque sentimientos Alatriste tiene. Otra cosa es alardear de ellos. Nunca le gustaron las personas incapaces de mantenerse en público dueños de sí mismos.

El fatalismo de Alatriste puede verse reflejado también en otros personajes, como su enemigo Gualterio Malatesta, a quien considera un perfecto hideputa, una serpiente armada de espada y daga, tan mortal como un relámpago… pero a quien no puede matar si no es de frente, armado y sano, nunca postrado y enfermo en su lecho. A la vez se da cuenta de que en realidad los dos no son sino caras de una misma moneda, ya que en la vida todo puede ser cuestión de en qué forma caigan los dados sobre el parche del tambor de un soldado. Por eso, siendo enemigos irreconciliables, se comprenden tan bien, porque a veces uno llega a tener lazos más íntimos con un viejo enemigo que un viejo amigo. Enemigos como él ayudan a mantenerte vivo.

Por volver al principio, siempre le preguntan a Pérez-Reverte si él también es Alatriste. Los dos estuvieron en lugares difíciles. Los dos han leído libros. Los dos tuvieron fes e inocencias de las que la vida acabó por despojarlos. Con esa mirada Pérez-Reverte escribe novelas, proporcionando a Alatriste una pequeña trinchera personal donde sobrevivir hasta que llegue el momento de decir adiós. También los une el respeto a ciertas personales, retorcidas e íntimas reglas, así como la certeza de que en la vida se aprende demasiado tarde y se muere demasiado pronto. Y en definitiva, que en caso de naufragio, siempre es posible volver a empezar con algunos amigos, algunas reglas y palabras como decencia, dignidad, compasión y solidaridad. Lealtad a uno mismo y a aquellos pocos en los que todavía creer.

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