Manuel Segura Verdú - La Verdad - 16/09/2025
La aseveración por parte del escritor cartagenero Arturo Pérez-Reverte de que el Islam no es compatible con la democracia, realizada hace unos días en un programa de televisión, no ha pasado desapercibida, algo habitual en sus manifestaciones públicas. El autor de 'Misión en París', la última novela de la saga del capitán Alatriste, asegura que conoce bien ese mundo y que este alberga virtudes extraordinarias, como la compasión, la solidaridad o la familia, pero choca con la teocracia. Entiende Pérez-Reverte que Europa, en su día, tenía que haber impuesto sus reglas y que nada hemos aprendido de lo ocurrido en otros lugares.
La tesis de Pérez-Reverte no varía mucho de la expuesta por la periodista italiana Oriana Fallaci, fallecida en 2006. Tras los atentados de las Torres Gemelas en 2001, y ya enferma de cáncer, escribió una obra que la llevó a los tribunales: 'La rabia y el orgullo'. En ella advertía a Occidente del peligro del islamismo, sin distinguir este movimiento político del Islam en sí. La Fallaci nos hablaba de una cruzada al revés y alertaba de que nos enfrentamos a una guerra de religión que aspira a conquistar nuestras almas, haciendo desaparecer nuestra libertad, nuestra sociedad y nuestra civilización. Es decir, el aniquilamiento de una manera de vivir o morir, de rezar o de no hacerlo, de pensar o de no pensar. Concluía la reportera florentina que si no nos oponemos, nos defendemos y luchamos, la 'yihad' ganará la batalla.
A Oriana Fallaci le molestaba hablar de dos culturas y ponerlas en un mismo contexto. Se remitió a Homero, Platón o Sócrates; a la antigua Grecia o Roma; a Leonardo, Miguel Ángel o Rafael; a El Greco, Rembrandt o Goya; a Bach, Mozart o Beethoven; a Copérnico, Galileo, Newton, Darwin, Pasteur o Einstein, para preguntarse qué había detrás de esa otra cultura de los barbudos con la sotana y el turbante en Afganistán o Irán, pongamos por caso.
En otro orden, desde su agnosticismo, se cuestionaba qué explicación se podía dar a la poligamia en esa otra sociedad o por qué allí las mujeres de chador o burka contaban menos que un camello y no podían ir a la escuela y al médico. O que las adúlteras fueran lapidadas, mostrándose por contraste indulgentes con los adúlteros. En tan demoledor ensayo denunciaba la ocupación de nuestras ciudades, calles, casas y escuelas. Y advertía que la invasión tecnológica supondría otro tipo de ocupación, mediante Internet y los teléfonos móviles, preparando «las futuras oleadas».
Tiempo después, la periodista italiana publicó 'La fuerza de la razón', una continuación del anterior volumen. En esta obra se mostraba especialmente crítica con la ONU, a la que tachaba de filoislamista. Y la acusaba de pasar por el aro cuando redactó en 1977 de forma específica una Declaración de los Derechos Humanos en el Islam, supeditándola a la 'sharia'. La rabia y el orgullo de antaño, expresaba irritada, la condujeron hasta la indignación más absoluta. Y con ello, aseguraba, se fortalecía su razón. Además, denunciaba que Europa -Eurabia la denominó- se había convertido no ya en una provincia, sino en una colonia del Islam, así como que los musulmanes son el grupo étnico más prolífico del mundo, gracias a su poligamia, una cuestión convertida en tabú que nadie se atreve a desafiar.
Pero si para Oriana Fallaci había una enfermedad mortal, ese era el miedo. «Una enfermedad que alimentada de oportunismo, conformismo, chaqueteo y naturalmente bellaquería, causa más víctimas que el cáncer... He visto a líderes que iban de valentones y que, por miedo, han izado la bandera blanca. He visto a liberales, que se definían como paladines del laicismo y que, por miedo, han comenzado a cantar las alabanzas del Corán. He visto a amigos o a presuntos amigos que, aunque con suma cautela, compartían mis ideas, y que por miedo han dado marcha atrás y se han autocensurado», escribió arrebatada en 'La fuerza de la razón'.
Pérez-Reverte dijo la otra noche en la tele que no se puede imponer aquí aquello de lo que se viene huyendo, al tiempo que lamentó que en Occidente hayamos estado muchos años luchando para librarnos del velo, por ejemplo, para tolerar que otros ahora lo impongan. Para el escritor cartagenero, ya no podemos volver, como pretende la extrema derecha, al estado puro: «No los puedes expulsar; porque ¿qué haces con los que echas?», se interrogó.
Lejos de ejercer la islamofobia o un racismo execrable, siempre es mejor encender una luz que maldecir la oscuridad, como reza paradójicamente un proverbio árabe. Para la Fallaci, pensar que existía un Islam bueno y otro malo era no darse cuenta de que hay solo un Islam. Según la autora de 'Entrevista con la historia', este se asemeja a una charca que no deja correr el agua, por lo que concluyó que, a este paso, todos podríamos terminar ahogados en ella.
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