Javier García Recio - La Opinión de Málaga - 07/09/2025
El venturoso y arriesgado viaje literario que Arturo Pérez-Reverte emprendió en 1996 para narrar los años del apogeo y del incipiente declinar del Imperio Español, en pleno Siglo de Oro, de la mano del soldado de los tercios Diego Alatriste, tiene una nueva posta, después de catorce años de silencio con ‘Misión en París’, que llevará a Alatriste a una notable y arriesgada misión en la Francia del poderoso cardenal Richelieu.
‘Misión en París’ no debe defraudar a nadie. Es un prodigioso relato donde Reverte demuestra con maestría su pasión por la novela de aventuras con todos los ingredientes propios: duelos, desafíos, lances de capa y espada, donde encontraremos juntos y enfrentados a Alatriste con los míticos tres mosqueteros y D’Artagnan, al cardenal Richelieu, al rey frances Luis XIII y a nuestro universal Quevedo.
Estamos en 1627. Alatriste y sus compañeros habituales, Íñigo Balboa y Sebastián Copons, al que se une en esta ocasión el veterano soldado cordobés Juan Tronera, llegan a París para una misión preparada en esferas superiores, que a modo de partida de ajedrez, combinaba varios movimientos. La misión era alto delicada y compleja pues estaba en juego el futuro de Francia y España no podía quedar al margen. La empresa, por tanto, era notable y arriesgada, de esas que a veces mueven cetros y coronas.
Detrás de ella estaban los dos hombres más notables de Europa: Richelieu, en Francia y el conde duque de Olivares, en España, los dos, tal como Quevedo nos aclara, leían a Tácito, lo que los hacía temibles. El francés era frío, lacónico, felino; el español, extravagante, hablador, torrencial. Pero ambos dominaban a unos reyes mediocres, inseguros y caprichosos. La diferencia era que uno lo tenía todo por ganar y el español sostenía sobre sus hombros un imperio dilatado y universal, que ya comenzaba a hacer aguas y resquebrajarse. Tras las guerras de religión que asolaron Francia, los protestantes o hugonotes se hicieron fuertes en la región de La Rochela, ayudados por los ingleses. Para acabar con ello, el Rey Luis XIII junto a Richelieu habían cercado militarmente la región. Frente a dos enemigos poderosos, Francia e Inglaterra, España decide favorecer a Francia y aliarse con ella en el interés común de acabar con los ingleses. Pero todo era de boquilla, pura diplomacia pues en realidad ni España quería que los franceses saliesen airosos de su batalla contra los hugonotes e Inglaterra, ni estos deseaban que España ganase en Flandes. Así que los diplomáticos españoles hacían encajes de bolillo prometiendo pero sin dar. Con la zurda alentaban a los rebeldes de la Rochela y con la diestra, a Richelieu.
La misión encomendada a Alatriste y sus compañeros venía de la mano de Álvaro de la Marca, conde de Guadalmedina, y contaba con Quevedo como organizador. La misión de Alatriste y sus compinches consistía en un audaz y arriesgadísimo golpe de mano con Richelieu de por medio. Se trataba con ello de intervenir para apoyar la gran ofensiva que el rey de Francia, Luis XIII, y Richelieu llevaban a cabo contra los hugonotes de la Rochela. No podía ser encomendada a otros sino a Alatriste y sus hombres, los curtidos soldados españoles que jamás se rinden y que prefieren fiarlo todo al honor de una muerte digna antes que entregar el pendón y cantar derrota.
Richelieu había cercado la Rochela circunvalando la ciudad con ocho millas de trincheras reforzadas por treinta y seis fuertes y reductos y un ejército de 30.000 hombres. El hambre y las enfermedades asediaban a los sitiados. Apenas llegaban suministros por mar desde Inglaterra y era solo cuestión de tiempo que la ciudad se rindiese. El golpe de mano de Alatriste y los suyos era una misión ultrasecreta que serviría para desestabilizar tanto a Francia como a Inglaterra. El lector que conozca las anteriores aventuras de Alatriste sabrá que de esas misiones encomendadas, unas salieron bien y otras no tanto, como la última donde los hombres de Alatriste debían asesinar al dogo de Venecia por interés de la corona española.
Tiene otros méritos, pero uno de los más relevantes es que, siendo una novela, es también una aventura histórica, muy pegada a los acontecimientos tal como sucedieron. Hubo el gran asedio a La Rochela por parte de Richelieu y Luis XIII; hubo una intervención encubierta de España, ideada por el conde duque de Olivares, para apoyar a Francia frente a Inglaterra y otros sucesos históricos. Los hombres de Alatriste inician su aventura en París y aquí, gracias a un trabajo riguroso de documentación por parte de Pérez-Reverte, nos muestra una ciudad tal como era en el siglo XVII y muy distinta a la de ahora. También el magnífico trabajo que hace el escritor con el lenguaje, repleto de arcaísmos respetando el espíritu del español de entonces junto a los giros franceses propios de la época.
‘Misión en París’ no solo mantiene sino que supera la esencia de títulos anteriores con la superación de aventuras y duelos, como el que mantiene el joven Íñigo Balboa con un bisoño D’Artagnan o el propio Alatriste con el mosquetero Athos. Hay también una dolida crítica a esta España de los Austrias que comenzaba a irse a pique, y que de manera ingrata paga a sus soldados con el más absoluto desprecio. El más afectado es Alatriste, que aparece más amargo, desconfiado y oscuro, fruto de los golpes y la experiencia de la vida.
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