Alatriste y la brumosa tierra natal del alma
Alexis Grohmann - abc.es - 03/09/2025
Vuelve Alatriste y junto con la saga vuelve la voz de un autor que es una de las más originales, renovadoras y populares de los últimos cuarenta años en España y Europa. Se trata de un autor con éxito comercial y popular, sí, pero sin que esto suponga ninguna merma, porque como nos ha explicado Félix de Azúa en 'Autobiografía de papel', «la única esperanza de que se conserve durante algún tiempo el antiguo arte literario está en el mercado, el cual, justamente porque no discrimina moralmente, a veces lanza buena mercancía. Como el reloj parado de Lewis Carroll, acierta dos veces al día». La buena mercancía, pues, de la literatura de Arturo Pérez-Reverte en conjunto ha estado buscando y creando a un lector nuevo, un lector cómplice que, como el lector a quien buscaba Umberto Eco mientras escribía 'El nombre de la rosa', entrase en su juego.
La saga de Alatriste constituye el tipo de narración del que nos habló Fernando Savater en 1976 en su famoso ensayo 'La infancia recuperada' y que conforma el espacio prohibido de las denominadas historias de aventuras que no son sino historias puras y que no hacen sino contar hermosas historias, «que no conozco razón más alta que ésta para leer un libro». Como le recordaba Robert Louis Stevenson a Henry James hablando de historias de aventuras, «nos permiten, a la mayoría de nosotros, el inmenso lujo de suspender nuestro juicio y de vernos sumergidos en el relato como en una ola, sólo para despertar cuando la pieza esté acabada y el libro haya sido apartado».
Este tipo de literatura rescata lo que Savater llama el reino de lo «preconvencional» o de las «convenciones primarias», frente al mundo de las «convenciones secundarias» en torno a las cuales giran las novelas sin (o con poca) historia. Creo que es en ese intento de instalarnos y recobrar el reino de lo preconvencional donde hay que buscar uno de los factores por los que nos encantan a muchos las historias de aventuras como las de Alatriste. A la vez, se trata de una especie de fidelidad al mundo narrativo de la infancia y de las historias que, según Savater, fundaron los objetos primarios de nuestra subjetividad, es decir las historias que han contribuido a forjar nuestra persona, a hacer de nosotros quienes somos. No olvidemos lo que nos recuerda el propio Íñigo Balboa en el primer libro, coprotagonista y narrador de toda la saga de Alatriste: «La verdadera patria de un hombre es su niñez».
De ahí que Íñigo Balboa Aguirre, con pelo gris y memoria tan agridulce como toda memoria lúcida, como todo buen narrador de aventuras esté de vuelta de todo. Se ha enfrentado al enemigo, al azar, al destino y a sí mismo, y, parafraseando de nuevo a Savater, como todo narrador de esta estirpe ha regresado para contarnos su historia, empezándolo todo desde el principio, despaciosamente, construyendo pieza por pieza otro mundo, pero para que sus oyentes conquistemos, como él, el derecho de residir en éste.
Flores de poesía en la prosa 'alatristesca'
Alberto Montaner - abc.es - 03/09/2025
Corren malos tiempos para la lírica, no digamos ya para la épica. Sin embargo, en este desencantado Occidente que parece a punto de escurrirse para siempre por el sumidero de la historia, ciertos tipos de épica en prosa siguen cautivando a millones de lectores. La mayoría de esas épicas son fantásticas, al estilo de J. R. R. Tolkien o C. S. Lewis; por eso destaca aún más el caso de una épica más realista como las novelas del capitán Alatriste, dentro del actualmente inusitado género de capa y espada.
No pretendo aquí indagar sobre el predicamento internacional del que goza la serie, en tiempos, como decía, poco propicios a la épica, aunque sea la de los revertianos héroes cansados, y más bien aptos para una ópera bufa o un retablo de títeres de cachiporra. Lo que me gustaría subrayar es que, si esa serie es ya una rareza prosística, lo es aún más por el papel concedido a la poesía lírica.
Esta comparece a menudo, entreverada en el relato de las aventuras de Diego Alatriste, Íñigo Balboa y demás camaradas. Esto se explica, aunque solo en parte, porque dos de los personajes (a veces secundarios, pero siempre importantes) son poetas: don Francisco de Quevedo y el conde de Guadalmedina, como trasunto que es del gongorino conde de Villamediana. Sin embargo, su importancia se manifiesta aún más en la sistemática inclusión de un apéndice titulado «Extractos de las Flores de poesía de varios ingenios de esta corte».
Quizá no esté de más, para comprender esa auténtica y magnífica "stravaganza", explicar cómo surgió la idea. Cuando Arturo Pérez-Reverte me pasó el borrador de la primera novela, llegué al pasaje en que, en la Taberna del Turco, están a punto de batirse y Quevedo «aún tuvo asaduras para dedicarle un par de versos» al capitán: «Tú, en cuyas venas laten Alatristes / a quienes ennoblece tu cuchilla…». Le comenté entonces que quizá quedaría mejor incluir un cuarteto completo, para sugerir el inicio de un soneto. Arturo me respondió que completase yo el poema y lo incluiríamos al final.
Tengo que reconocer que no me quedó claro de primeras si iba en serio, pero, como teníamos el antecedente de las armas de los duques del Nuevo Extremo, me pareció plausible. Por lo demás, él ya sabía, claro, que, en palabras del llorado poeta aragonés Ángel Guinda, «Montaner Frutos se obstina en ser "soneterilmente" reconocible y lo consigue», así que, por ese lado, apostaba sobre seguro.
El resultado fueron dos sonetos a partir de versos citados en la novela, el ya citado y otro de Guadalmedina que comienza «Vino Gales a bodas con la infanta». Decidió entonces Arturo que completase el ramillete para convertirlo en un apéndice a la novela. Este, con un guiño a las antologías de la época, adoptó el título ya visto, seguido de una apostilla muy 'revertiana' sobre la procedencia del mismo.
En esa primera ocasión, todos los poemas eran de mi pluma (salvo los versos ya escritos por el novelista), pero como la idea había surgido para quedarse, en las sucesivas entregas Arturo decidió, con gran tino, combinar poemas de auténticos «ingenios» áureos con los «atribuidos». Pero hay más…
Aunque es normal que parte del público haga llegar comentarios a los autores, es mucho más raro que colaboren de algún modo en la redacción de la novela. La propia textura de la prosa lo dificulta, pero la poesía tiene la ventaja de que puede encauzarse en textos breves (un soneto, una décimas, una octava…). Así, ya en la segunda entrega, 'Limpieza de sangre', se incluyó un soneto enviado por un lector, Salvador Cortés y Campoamor. Cundió el ejemplo, tanto entre amigos del novelista (incluso, quién lo diría luego, su compañero académico Francisco Rico), como entre completos desconocidos.
El resultado ha sido una inédita labor cooperativa, de modo que en 'Misión en París' seis de los ocho poemas incluidos son de «ingenios» contemporáneos. Ofrece otra singularidad del caso Alatriste esta participación espontánea del público, acentuando la apropiación colectiva que ha convertido la figura del capitán, a despecho de tirios y troyanos, en uno de los pocos mitos literarios actuales.
https://www.abc.es/cultura/cultural/flores-poesia-prosa-alatristesca-20250903114422-nt.html
El viaje de Alatriste desde Pérez-Reverte a Díaz Yanes
Oti Rodríguez Marchante - abc.es - 04/09/2025
En una mirada amplia, certera y sólida sobre la literatura y su adaptación al cine hay que evitar los tópicos, y sobre todos ellos, el más manido: 'era mejor la novela'. Eso es algo que desmienten la propia historia y algunos autores magníficamente adaptados, desde Mario Puzo ('El padrino') hasta Robert Bloch ('Psicosis') o Thomas Harris ('El silencio de los corderos'), y hasta Truman Capote ('Desayuno en Tiffany's'). La noticia de la vuelta de Pérez Reverte con una nueva aventura del capitán Alatriste nos permite el intento de una mirada amplia, certera y sólida a su adaptación cinematográfica a cargo de Agustín Díaz Yanes en 2006 y con el escueto título de 'Alatriste'.
Agustín Díaz Yanes es un hombre de lecturas y escrituras, un guionista meticuloso y un director con enorme gusto y talento para la composición y la descripción; es decir, que el Alatriste de Pérez Reverte cayó de bruces en las mejores manos para emprender su aventura cinematográfica. Además, contó con un impresionante músculo de producción (coproducción con Francia y Estados unidos) hasta el punto de que fue la película más cara rodada hasta entonces y aún hoy permanece entre ellas, aunque superada por grandes producciones como 'Agora', de Alejandro Amenábar, o 'Lo imposible', de Juan Antonio Bayona.
El mayor dilema con el que se encontraba Díaz Yanes era qué contar en una película de tamaño proyectable (140 minutos), con cinco libros ya editados y muy leídos sobre el personaje y rodada el mismo año en que se publicó el sexto, 'Corsarios de Levante'. Y el dilema lo resolvió con riesgo: contarlo todo. Es decir, prensar y macerar un compendio que contuviera la esencia del personaje, de la época, los ambientes y el espíritu de aquella España imperial y áurea en la que reinaba Felipe IV, gobernaba el Conde Duque de Olivares, mandaba la Inquisición, los Tercios de Flandes rendían a la ciudad de Breda, Velázquez pintaba la historia y Quevedo utilizaba el mejor castellano que se ha escrito como llave para entrar y salir de las cárceles.
Y en ese alma quevediana de 'Miré los muros de la patria mía, si un tiempo fuerte, ya desmoronados…' es donde coinciden la letra de Pérez Reverte y la imagen de Díaz Yanes. Ese espíritu oscuro de final de Imperio que luego retomaría pesimista y derrotado más de dos siglos después la Generación del 98, y que en la película se ve, se oye, se huele y se intuye en cada poro de celuloide y en cada esquinazo de sus personajes.
La cámara de Díaz Yanes (sublime Paco Femenía) recoge el ambiente, el pesimismo, la luz velazquiana, la composición barroca, las figuras y portes con matices de tauromaquia, el temor a las intrigas, el miedo a Dios y al dedo del inquisidor, el barro en la batalla, el óxido en los duelos y los peligros mortales en el amor. La historia, magníficamente narrada, dadas las circunstancias y la necesidad de prensarla, se estructura en cuadros magníficos en su luminosidad y en su negrura que se suceden rítmicamente en espacio y tiempos y que explican, ya no un argumento, que es lo de menos, sino un estado de ánimo, un sentimiento triste, casi una elegía.
La elección de Viggo Mortensen, que había sido Aragorn en 'El señor de los anillos', solo puede considerarse como el otro gran acierto de la película, el molde que contiene la física y el espíritu del personaje, su traza, su penumbra, su doblez, su integridad en un mundo que se desintegra y un respirar bronco y a la vez romántico… El momento en el que un educado, casi sumiso, Alatriste conversa con el Conde Duque de Olivares para que libere de la cárcel a su joven protegido, Íñigo Balboa, y que, ante el desdén y menosprecio de la espalda del gobernante, le grita un insolente y ofensivo '¡Excelencia…, míreme a la cara!', llena la pantalla de estupor y dibuja la perfecta grafía de la personalidad, carácter y temple de Alatriste. Díaz Yanes concibe la continuación de ese momento con una elipsis: no vemos el efecto (que suponíamos letal) sino la consecuencia.
Las escenas de taberna y conversación con un Quevedo hastiado al que interpreta con tino Juan Echanove, la sordidez demoníaca en sus encuentros con el siciliano asesino y esgrimidor Gualterio Malatesta (Enrico Lo Verso), los razonamientos de guerra, vino y salario con sus soldados de fortuna (Dechent, Zahera, Eduard Fernández, Francesc Garrido…) o incluso sus apreciaciones literarias o pictóricas, sobre Lope, Góngora o el cuadro recién pintado de 'La rendición de Breda' o 'El aguador de Sevilla', hacen que este Alatriste, el del cine, traspase y nos lleve de la mano hasta esa porción de siglo de oro y también de barro y nos procure una justa disposición emocional (el estado de ánimo aludido) para vernos, tal cual, en lo que fuimos, en los dos siguientes versos del primer cuarteto quevediano «… de la carrera de la edad cansados, por quien caduca ya su valentía».
Casi redondo aún en sus abolladuras, este traslado de novela a pantalla tiene lo esencial, una visualidad acorde con los sentimientos que recoge en letra y una voluntad de encontrarse con el interior de los ojos del espectador. No hay engaño ni en lo que no se entiende ni se explica (algún motivo habrá para que Blanca Portillo sea el inquisidor ficticio Emilio Bocanegra). Ni tampoco lo hay en ese épico y quimérico final de la batalla de Rocroi, pero es el que se merece Alatriste y tal vez nuestra derretida memoria.
https://www.abc.es/cultura/cultural/viaje-alatriste-perezreverte-diaz-yanes-20250904144123-nt.html
https://www.abc.es/cultura/cultural/capitan-volvio-tradicion-20250903191444-nt.html
https://www.abc.es/cultura/cultural/esgrima-alatriste-20250903115601-nt.html
https://www.abc.es/cultura/cultural/alatriste-era-ficticio-hombres-20250903213928-nt.html
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