Carlos Manuel Sánchez - XL Semanal - 05/09/2025
Tras 14 años de silencio, el capitán Alatriste cabalga de nuevo. El personaje de Arturo Pérez-Reverte, un icono capaz de enganchar generación tras generación y de vender más de seis millones de libros, tiene una nueva misión. Para celebrarlo, reunimos a su creador con el poeta Luis Alberto de Cuenca, de 75 años, y la universitaria Alicia Aparicio, de 23. Una charla a capa y espada.
El capitán vuelve a desenvainar la espada. Y eso son palabras mayores. Diego Alatriste no solo es el gran dominador de la novela de aventuras, un desencantado veterano de mil guerras en una España que era la dueña del mundo, es un fenómeno editorial sin parangón. Arturo Pérez-Reverte lo creó en 1996 y ahora, tras 14 años de silencio, lo resucita en 'Misión en París' (Alfaguara), la octava novela de una saga que ha vendido más de seis millones de libros y ha sido traducida a 43 idiomas. Alatriste es el único personaje de ficción español que ha logrado una proyección global sostenida en el tiempo. Un icono universal reconocible.
¿Qué tiene el personaje que lleva casi 30 años enganchando a lectores de todas las edades en 50 países? Para averiguarlo, hemos reunido al autor con dos lectores de generaciones separadas por medio siglo: el poeta Luis Alberto de Cuenca (Madrid, 1950), peso pesado de la cultura española y uno de los primeros que devoró las novelas de Alatriste en los noventa, y Alicia Aparicio (Cartagena, 2002), estudiante universitaria, representante de esa generación Z que demuestra que el capitán sigue conquistando lectores tres décadas después. Un diálogo intergeneracional entre la primera hornada de seguidores del personaje y los nuevos descubridores. Una charla que trasciende la literatura.
APR: Alicia, has leído El capitán Alatriste hace poco. ¿Qué te pareció?
AA: Sí, leímos la primera novela de la saga en el club de lectura de la Universidad ISEN de Cartagena. Fue el curso pasado. La verdad es que la disfruté. Está ambientada en otra época, pero me resonaban muchas cosas de ahora.
APR: Pues los personajes son del siglo XVII.
AA: Bueno, pero, no sé por qué, se me hacía muy actual.
APR: Esa era la idea. Contar cómo éramos entonces para entender cómo somos ahora. Lo que nunca pensé, cuando empecé con esto, es que estaríamos hablando de ello casi 30 años después. Porque Alatriste empezó como un proyecto menor, una cosa que hice con mi hija Carlota cuando tenía 12 años. Había visto el espacio ridículo que se le dedicaba al Siglo de Oro en sus libros de texto y pensé que había que contar nuestra historia de otra manera.
AA: ¿Qué tiene de especial aquella época?
APR: La corte madrileña era el faro cultural de Europa. España no era solo los conquistadores y los tercios de Flandes... Pero ni la conocemos ni la apreciamos.
LADC: Éramos un polo artístico y de pensamiento: Velázquez, Lope, Calderón… Era una España exuberante, pero corrupta.
APR: Exacto. Así que decidí crear un personaje que contase ese momento crucial sin el que no se puede entender nuestro presente. Fue un capricho, no había ninguna ambición especial.
LADC: Y la editorial tampoco tenía mucha fe. Incluso te habían pedido que lo hicieses para niños pequeños, ¿no?
APR: No tenían fe ninguna. Pero yo tampoco tenía muchas expectativas. Dije: «Bueno, vamos a hacerlo. ¿Qué vamos a vender? ¿3000, 4000 ejemplares…? Pues está bien».
LADC: Luego se salió totalmente de madre.
APR: Sí, fue inesperado.
LADC: Una de las claves es que resucitaste la novela de capa y espada. Un territorio que estaba yermo.
APR: Mi teoría es que el teatro del siglo XIX fue tan potente que agotó el género. Se explotó tanto el teatro que quedó como fuera de juego para la novela.
LADC: La novela de capa y espada y el folletín eran géneros menospreciados, pero tú has demostrado que se puede crear una obra de gran calidad y hacer que el lector disfrute.
APR: Ahí tenía yo un problema técnico que quizás Alicia, que es joven, haya captado. Yo quería hacer novelas que tuvieran aroma del siglo XVII, pero para un público de ahora. Y eso exigía un lenguaje que trascendiera épocas. Mi intención era que el lector pudiera entender por el contexto lo que significaba cada palabra, aunque no la comprendiera, sin tener que buscar en el diccionario.
LADC: Era fundamental conseguir ese tono sin que fuese anacrónico ni arcaico.
APR: Exacto, ese era mi miedo. Alicia, ¿a ti te funciona?
AA: Sí, además cada generación se inventa sus propias palabras. La mía usa 'fomo', 'prime', 'ghosting'… Entonces se decía 'zaherir' y ahora se dice 'dar un zasca'. Pero no te interrumpe la lectura, fluye... Y bueno, te exige un poco de esfuerzo, pero también te da sensación de logro.
APR: Esfuerzo y excelencia son cosas que están ahora a la baja. Todo lo que es esfuerzo está mal visto.
AA: Es verdad. En el colegio, si destacabas mucho te miraban raro, como «ay, mira la empollona». Y si sacabas malas notas, también. Parece que hay que estar en un punto intermedio.
LADC: Rebajan la excelencia al nivel del mediocre para que el mediocre se sienta cómodo. Están condenando la excelencia.
APR: Vosotros los jóvenes, ¿leísteis a Quevedo en el colegio o no?
AA: Alguna vez en bachillerato. Pero no se le da mucha importancia.
APR: Fíjate, en nuestra generación Quevedo era fundamental. Sus jácaras las sabíamos de memoria. Y Quevedo es lo más español, lo más amargo, lo más lúcido. Leer a Quevedo es entender España, la de antes y la de ahora.
LADC: Han quitado a Quevedo, a Homero…
APR: Ya no se aprenden poemas de memoria. Nosotros sabíamos poemas enteros. La memoria es muy importante y, de repente, los pedagogos han decidido que está mal vista.
LADC: Estamos viviendo una crisis muy importante que tiene muchas fuentes, pero una de ellas es el abandono de la lectoescritura.
APR: Cuando Luis Alberto y yo nos conocimos, un bestseller vendía 500.000 o 600.000 ejemplares. Ahora, a los que tenemos la suerte de estar en los primeros puestos nos cuesta llegar a los 250.000.
LADC: Pero eso son unos pocos autores. La media de lo que vende un libro en España son 3000.
AA: Antes sí que cogía un libro en el tren, pero ahora reconozco que no me llevo un libro porque no me voy a concentrar, y entonces me llevo la consola.
APR: Pues te voy a decir una cosa: si yo fuera ahora un joven escritor que está empezando, me iría al videojuego sin la menor duda. El futuro es el videojuego, la serie de televisión. La mejor literatura ahora está en los videojuegos y las series.
LADC: El libro ha dejado de ser un compañero necesario para ser un lujo, un complemento.
APR: El mundo que viene es así. La creación tiene que tener en cuenta el público al que va dirigido.
LADC: A pesar de los tiempos, Alatriste sigue coleando… No caduca.
APR: Hay algo que me produce una satisfacción especial: gente que no ha leído a Alatriste ni lo va a leer nunca, lo conoce. El taxista te dice «Ah, Alatriste», y te das cuenta de que no lo ha leído, pero sabe quién es.
LADC: No hay más de cinco o diez casos parecidos en la historia. No los hay.
APR: Alatriste simboliza una época. Ha trascendido. Significa que ha pasado a formar parte del imaginario colectivo. ¿Tú qué opinas del personaje? ¿Lo tendrías como amigo? ¿Lo llamarías a las tres de la mañana si tienes un problema?
AA: Sí. O sea, sé que se gana la vida haciendo lo que le mandan. Y que a veces son trabajos sucios. Pero tiene sus líneas rojas: si algo no le parece bien, dice que no y no lo hace. Sabe hasta dónde quiere llegar.
LADC: Es alguien fiable.
APR: Exacto. Mi generación se educó para un mundo donde los policías eran honrados; los curas, santos; los políticos, decentes. Después, la vida te enseña que no es así. Cuando los grandes principios se van al diablo, necesitas reglas a las que agarrarte: la lealtad, los amigos, el amor, la dignidad, el valor.
LADC: Es más real que aquellos héroes que nos vendían de corazón puro. Estos son imperfectos, pero son el espejo en el que uno puede mirarse.
APR: Alicia, ¿a ti Alatriste te parece de derechas o de izquierdas?
AA: Pues no sabría decirte...
APR: Durante este tiempo me ha atacado la ultraderecha porque dicen que Alatriste es muy crítico con España, y la ultraizquierda porque dicen que Alatriste habla de los tercios, de la España gloriosa. Son las dos cosas, y de eso se trataba: de hablar de la luz y de la sombra, de lo bueno y de lo malo sin complejos.
LADC: Pasa algo parecido con la Inquisición, que no solo fue española. Los franceses cometieron atrocidades también. Pero en Francia nadie les pasa factura por quemar brujas o por la guillotina.
APR: ¿Sabes por qué? Porque los franceses no tienen ese complejo que tenemos los españoles. Ellos lo asumen: sí, vale, ocurrió, esa historia ya está, no pasa nada.
AA: ¿En España no es así?
APR: En España hay que estar o a favor o en contra al cien por cien. Si dices que la Inquisición era mala, eres antipatriota. Si no la mencionas, eres fascista. Nadie asume con naturalidad la historia. Todos tenemos una biografía de atrocidades similar, pero nosotros convertimos nuestra historia en arma política.
LADC: Por eso cuando Alatriste ha sido atacado por los extremos, significa que estás en el lugar correcto.
APR: España fue buena, fue mala, fue brillante y fue oscura, fue maravillosa y fue siniestra. Hay que asumirlo. Ese es el propósito: ser honrado con nuestra memoria.
AA: A mí la historia no se me da muy bien, pero el libro me ha ayudado. No es como cuando estudias para un examen, que enseguida se te olvida. Cuando lees la novela estás siguiendo una trama, se te queda mejor y entonces entiendes por qué pasó lo que pasó.
APR: Eso es. El novelista histórico honrado lo que hace es suscitar en el lector las ganas de conocer más. Yo, por ejemplo, conozco bien la historia de Europa porque leí Los tres mosqueteros con 8, 9 y 10 años. Luis XIII, Richelieu... Hay historiadores que critican la novela histórica sin darse cuenta de que su lector al final termina yendo al libro de historia seria.
LADC: Hay gente que ha querido desde los extremos desautorizar a Alatriste, pero lo más importante es que ha habido muchísima más gente que ha disfrutado.
APR: Fue un siglo oscuro y luminoso. Y había que contarlo.
LADC: A mí me recuerda ese comienzo maravilloso de Dickens en 'Historia de dos ciudades': «Era el mejor de los tiempos y el peor de los tiempos».
APR: Sí. Alatriste pretende mostrar eso: el lado oscuro, pero también el lado luminoso de esa España turbulenta, extraña, complicada, peligrosa, amarga a veces, gloriosa otras, que para bien o para mal nos ha conducido hasta el presente.
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