Pablo Casado Muriel - El Debate - 06/09/2025
Dejamos hace catorce años al capitán Alatriste intercambiado estocadas en Venecia con su íntimo enemigo Gualterio Malatesta. Y volvemos a encontrarnos con él en París cuando solo han transcurrido doce meses en la ficción. Su vida de soldado ha llevado al español a recorrer toda Europa siguiendo las banderas de los Tercios o inmerso en oscuras intrigas. Junto a él, viejos camaradas y fieles lectores que han aguardado leales a que Arturo Pérez-Reverte retomase las aventuras de su ilustre personaje.
Lo que se encontrarán esos seguidores en 'Misión en París' no les defraudará. Por Diego Alatriste no pasan los años y mantiene intacta su estoica estampa, su rapidez con el acero y su facilidad para acabar envuelto en lances poco claros en los que los silencios valen mucho más que las palabras. En esta ocasión las andanzas del capitán lo llevan hasta Francia y el sitio de La Rochela, escenario histórico en el que en 1627 se cruza su camino con el de personajes de la talla del rey Luis XIII y el poderoso cardenal Richelieu, figura clave en la trama.
Salvo algunas sorpresas a modo de homenaje metaliterario que después comentaremos, la octava aventura de la serie no ofrece grandes novedades en cuanto a su desarrollo. La primera parte del libro transcurre en la capital francesa. Allí Diego Alatriste se reencontrará con el joven Íñigo Balboa y, por intercesión de su viejo amigo Francisco de Quevedo, volverá a ser un importante peón en los intentos de la Corona española y el conde-duque de Olivares por mantener la hegemonía de un imperio en el que pronto se pondría el sol.
Ese primer tramo de la obra le sirve a Pérez-Reverte para recuperar a dos personajes claves: Angélica de Alquézar y su tío Luis. Este segundo, enemigo declarado de Alatriste y su ahijado, vuelve tras su «destierro» en las Indias y todo apunta a que será fundamental en la que podría ser la última entrega de la saga. Si la solapa de la anterior novela de las aventuras ('El puente de los Asesinos') no queda en agua de borrajas, esta debería llevar por título 'La venganza de Alquézar'.
En París, el viejo espadachín español se encontrará con otros personajes de ficción con los que, sin duda, Pérez-Reverte siempre soñó con hacerlo cruzar aceros. El capitán Alatriste e Íñigo tendrán sus más y sus menos con Athos, Porthos, Aramis y su inseparable Artagnan. Los famosos mosqueteros de Dumas no serán mera comparsa y, más allá del homenaje literario al clásico francés, tendrán su importancia cuando la trama llegue a su punto álgido.
Como no podía ser de otra forma, a medida que la historia avanza, el Capitán y sus compañeros ponen voz a reflexiones sobre la situación de España en aquel Siglo de Oro glorioso y decadente que con facilidad pueden ser llevadas a nuestros días. Los lectores encontrarán en esta octava entrega a un Alatriste algo más hablador, «más ácido» ha comentado el autor en varias entrevistas, y quizá se echen de menos algunos de esos silencios y miradas glaucas que tanto caracterizan al veterano.
La segunda parte de la novela, a medio camino entre 'El sol de Breda' y 'El puente de los Asesinos', conduce al soldado de los Tercios y los suyos hasta el asedio de La Rochela. Allí, Richelieu intenta aniquilar el último bastión de los hugonotes que se habían rebelado contra el rey Luis XIII. Como siempre en aquellos tiempos, el campo de batalla solo era la parte más sucia de un entramado de intereses en el que las grandes potencias europeas no dudaban en acuchillarse por la espalda. Es en este punto en el que la historia va ganando en tensión y violencia a medida que «el barro, la sangre y la mierda», como tantas veces ha descrito la guerra Pérez-Reverte, se imponen a las conjuras cortesanas. Como decíamos al principio, los leales al capitán no quedarán defraudados por la acción aunque no encontrarán grandes novedades respecto a lo que tantas veces han leído y quizá releído desde que en 1996 se comenzó a escribir la historia de aquel que «no era el hombre más honesto ni el más piadoso, pero era un hombre valiente».
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