01 octubre 2022

Por aquí pasó Pancho Villa

Karina Sainz Borgo – ABC – 01/10/2022

Arturo Pérez-Reverte cruza su estudio con zancadas largas. Lleva entre las manos algunos libros de una torre que ha apartado poco antes de nuestra llegada, y que usó para documentar ‘Revolución’ (Alfaguara), una novela que comienza en Ciudad Juárez el 8 de mayo de 1911, justo cuando Emiliano Zapata y Orozco se alzan contra el presidente Madero. Martín Garret Ortiz, un joven ingeniero de minas español, oye un disparo desde la habitación del hotel donde se aloja y sale a la calle para ver qué ocurre. A partir de ese momento ya nada será igual, ni para Garret ni para el lector.

“Conozco muy bien México”, dice Pérez-Reverte, rodeado por una biblioteca con cientos, me atrevo a decir miles, de libros perfectamente ordenados. Su bisabuelo materno dirigió una mina en Linares. “Su mejor amigo del colegio, destinado en unas minas de plata en el norte de México, le mandó cartas contándole de la época de la revolución. De pequeño yo escuchaba las historias del amigo de mi abuelo, que conocía a Pancho Villa”.

Al momento de esta visita, aún quedan por delante unos días para la publicación de ‘Revolución’, y por eso esta conversación en casa del escritor y académico de la lengua: para descubrir cuáles son las claves que sostienen esta historia, a qué libros recurrió y por qué, y de qué manera reconstruyó el habla, la vestimenta y los rasgos del México revolucionario. A juzgar por la precisión de la documentación, el mismísimo Pancho Villa pasó por aquí. Y si no fue así, bastante cerca estuvo.

“El rigor era importante tanto en los hechos como en las costumbres: la ropa, la comida, la música, las frases, y sobre todo las palabras”. Arturo Pérez-Reverte sostiene un grueso catálogo comercial con objetos de la época, desde navajas de afeitar hasta marcas de cigarrillos. Sin embargo, en un México convulso surcado por diferencias sociales, regionales y políticas que vertebraron el episodio revolucionario, el lenguaje le permitiría mostrar ese mosaico. Buena parte de los libros a los que recurrió se despliegan ahora, desde los dos volúmenes de Aguilar (una edición lomera encuadernada en piel que Pérez-Reverte enseña y que está titulada como ‘Las novelas de la Revolución Mexicana’) hasta la excavación documental no solo sobre las formas de hablar y actuar de quienes la lideraron y de quienes la siguieron. “El lenguaje popular en México es fascinante, esa mezcla de ignorancia, analfabetismo y osadía crea unos refranes y expresiones absolutamente brillantes. Es el país de América donde el español es más innovador y lingüísticamente revolucionario”.

De las novelas de Martín Luis Guzmán, José Vasconcelos, Mauricio Magdaleno o Agustín Vera compiladas por Antonio Castro Leal hasta las memorias de la época las entrañas de ‘Revolución’ saltan a la vista. “Por ejemplo, ¿cómo se llamaba entonces al pañuelo que llevaban?”, se pregunta. “Pues ‘paliacate’. Hay que ir sembrando esos detalles, pero sin exagerar: es una novela, no una enciclopedia”, explica ante su biblioteca. Viste pantalones de pinza, camisa azul y náuticos sin mácula.

“Aquí hay libros que han sido muy importantes”. Señala los seis volúmenes de la ‘Historia general de la Revolución Mexicana’ de José C Valadés. “Los compré hace muchos años. Es una historia muy detallada. También las memorias de Pancho Villa, fundamental para construir la psicología del personaje, y el ‘Pancho Villa’ de Paco Taibo, muy bien documentado, o las memorias de la mujer del embajador norteamericano allí y los libros de Enrique Krauze. Es muy importante el México urbano. Mis personajes se mueven y tengo que saber cómo era: si el servicio de luz era con gas o eléctrico, si había asfalto o ladrillos… Ahora te enseñaré algo más”. Pérez-Reverte regresa con un ejemplar en la mano: un callejero que se corresponde con el México de la revolución.

Cada aspecto está trabajado hasta el detalle. Su protagonista es ingeniero de minas y tendrá que hacer volar algo más que piedras. De ahí el manual ‘Práctica de la explosión del explosivo del artificio y la mina’, de Enrique Cojo, que descansa sobre la mesa. “Hay otro libro importante, publicado por Aurelio Reyes, que habla de los periodistas americanos que estuvieron con Villa en México: sus testimonios, las figuras, las fotos que hicieron… Quise que el lector viera una novela en blanco y negro, porque así hemos conocido la revolución mexicana, con todas esas fotos de Emiliano Zapata, de Pancho villa, la toma de Juárez, todo en blanco y negro. Ahora verás muchas fotografías”.

Los volúmenes dedicados a los documentos gráficos abarcan publicaciones como las del archivo Casasola y los volúmenes ‘Mexico Photography’, pero hay algo más en esta historia: una textura, una estética. “Se advierte en las armas, los sombreros, los caballos… Es una novela norteña. El sur era distinto: era más campesino, más triste, más agrario, más rural… El norte remite al ganado, al indio, a ese hombre bigotón, fuerte. A la hora de elegir me di cuenta de que era para mí más útil Pancho Villa que Zapata”.

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