Roberto Careaga - elmercurio.com - 13/10/2022
“Yo asalté un banco el 4 de abril de 1977. Estaba con la guerrilla en el norte de Etiopía”, cuenta al teléfono desde España el escritor Arturo Pérez-Reverte. Está a punto de reírse, pero no porque sea una broma, sino acaso por cierta excitación de recordar esos días azarosos en que era un reportero de guerra y se dejaba llevar por la aventura: “Atacamos una ciudad, volamos un banco y robamos la caja fuerte. Ahora que tengo 70 años y el delito ha prescrito puedo confesarlo públicamente. Era periodista, pero mi experiencia fue compleja, fue una batalla larga y tuve que hacer cosas que después no he vuelto a hacer”, añade el novelista que para escribir su última novela echó mano de ese asalto. Eso sí, su libro sucede en México y en 1911.
“Esta es la historia de un hombre, una revolución y un tesoro”, se lee en la primera línea de 'Revolución' (Alfaguara, $19.000), la novela que recoge la experiencia de Pérez-Reverte como asaltante. El autor se la entrega a su protagonista, Martín Garret Ortiz, un ingeniero en minas español que en 1911 está trabajando en Ciudad de Juárez, cuando la Revolución de Pancho Villa y Emiliano Zapata llega hasta su hotel. Seducido por la energía de la batalla, Garret se suma a los guerrilleros y usa sus conocimientos en dinamita para volar muros, puentes y enemigos. Su primera misión es explotar la caja fuerte de un banco donde hay 15 mil monedas de oro, las que se perderán para echar andar una de las tramas principales del libro.
“Me tomó un año y medio escribir la novela, pero la llevo gestando toda la vida”, cuenta el creador del Capitán Alatriste. Superventas desde fines de los 90, Pérez-Reverte se ha dedicado en los últimos años a las novelas históricas, buceando en episodios de la Segunda Guerra Mundial o de la Guerra Civil Española. Y ahora indaga en la Revolución Mexicana.
“Esta es una novela de aprendizaje. A menudo en mis libros los personajes son hombres y mujeres que ya tienen una biografía y miran hacia el pasado con una cierta fatiga, pero en este caso es al revés. Es de un joven que descubre que en la revolución se aprenden cosas, que es una escuela de vida y lucidez”, dice Pérez Reverte y explica que un amigo de su abuelo fue un ingeniero en minas que a inicios de siglo XX estuvo en México y enviaba cartas a España contando los pasos de Villa y Zapata. El autor creció con esas historias.
—¿Cuánto utilizó de su experiencia como reportero de guerra para narrar la aventura del personaje de 'Revolución'?
—Descubrí muy joven que en la guerra o en una revolución pasan cosas interesantes. Y ahí el ser humano se comporta de forma diferente a como se comporta en la civilización común y corriente. Descubrí que si uno miraba, aprendía cosas. Esa actitud de aprendizaje, no ideológica, la tuve yo de jovencito. Por eso me quedé en la guerra tantos años: ahí aprendí cosas que en otros lugares habría tardado muchísimos años en aprender. Y le transfiero a Martín Garret esa actitud. Él no es un revolucionario, no quiere cambiar el mundo, no quiere hacer justicia. Él observa a esos hombres y mujeres en ese comportamiento tan singular de los que tantas conclusiones puede extraer.
—¿Qué lo ha llevado en los últimos años a trabajar tanto en novelas históricas?
—Yo soy un gran lector de historia, pero mis novelas son falsamente históricas. Utilizo la historia como herramienta para comprender el presente. No pretendo recrear la historia. En este caso, no quiero comprender la Revolución Mexicana, quiero comprender al ser humano. Hay excelentes novelas, ensayos, libros de historia sobre ese período, no quiero competir con ellos. Yo quiero dar un paso más en adentrarme en el corazón humano. Cómo es el hombre, la mujer, cómo se comporta ante el dolor, el horror, la adversidad, la muerte, la vida, la lealtad, la traición, el sexo.
—¿Cree que la literatura puede ir más lejos que la historia para entender períodos históricos o al ser humano?
—Hay una ventaja: la historia tiene el límite del rigor histórico. El historiador se tiene que detener en los hechos, pero el novelista, buen novelista, se puede permitir osadías que el historiador no puede. Hay una cosa que quiero dejar clara: yo no escribo novelas para hacer mejor el mundo. Yo no tengo una misión educativa ni intelectual. Yo cuento historias que sean interesantes, apasionantes y que, al mismo tiempo, le dejen al lector pensando y que cambie su percepción del mundo. Pero no para hacerlo mejor. Mañana podría hacer una novela de un asesino, de un ludópata, con un violador de niños… No tengo una misión moral. Yo soy un tipo que cuenta historias, nada más.
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