07 octubre 2022

Pérez-Reverte, la aventura del lenguaje

José María Pozuelo Yvancos – abc.es – 08/10/2022

Cada escritor, a los buenos me refiero, tiene su estilo, aquello que le distingue de los otros. Una de las singularidades de Arturo Pérez Reverte en la narrativa escrita en español es que inmediatamente reconoces, cuando comienzas a leerle, que es fiel a su estilo, pero al mismo tiempo, si vas conociendo su obra, si la sigues (lo que hacen pocos de los muchos que hablan sobre él), percibes que cada novela impone un cambio, supone la respuesta a desafíos nuevos que se impone a sí mismo. Año y medio después de haber sacado ‘El italiano’ publica ‘Revolución’, que no se le parece al crear un mundo distinto, aunque permanezca fiel a constantes suyas. Incluso una novela como esta, que transcurre en México y donde ese país y sus gentes son protagonistas, supone un cambio muy notable respecto a la novela anterior de tema mexicano, ‘La Reina del Sur’.

Allí la música tenía presencia; en ‘Revolución’ no. Allí la protagonista era una mujer mexicana, aquí es un ingeniero español de veinte y pocos años que se ve metido en la revolución armada de Pancho Villa y Emiliano Zapata (1911 por tanto), pero una novela no puede ser reseñada nunca por un tema, sino por lo que supone como creación de mundo, que es pareja a la creación de un lenguaje. El mundo de cada novela ¬(otra vez tengo que advertir que las buenas) es su lenguaje. En ninguna otra que le conozco, y creo haber escrito sobre todas, he encontrado lo que a propósito de ‘Revolución’ será destacado durante mucho tiempo como un logro difícil de alcanzar.

Hay partes escritas en mexicano, un hablar mexicano muy rico, lleno de plasticidad, de imágenes fulgurantes prendidas a sentencias, a modismos que reproducen el habla de soldados y es, por tanto, un mexicano distinto al que aparece en ‘La Reina del Sur’, sencillamente porque los soldados, analfabetos casi todos, que hablan en esta novela, desde Francisco Villa hasta Genovevo Garza (luego iré a él) o Sarmiento tienen un modo peculiar de expresarse en giros sintácticos, refranes, sentencias, apotegmas nacidos de una riqueza acumulada de tradición oral que han aprendido en la lengua de sus padres, a los que Arturo Pérez-Reverte ha estado muy atento, y que cualquiera que haya visitado México celebra cuando los oye, consciente quizá de que son una fiesta del lenguaje y la expresividad, al gozar de una creatividad tan grande o más que la mejor poesía: “ya oyeron, avienten esos cigarros, no vayan a mandarnos a la fregada”,  “y tú, güero, rejijo de la, puedes irte a la chingada” o la amenaza de que van a sobrar sombreros (por “va a haber muchos muertos”). Ese lenguaje es más que el léxico, es también una manera de ver el mundo, en boca de personajes que contienen en su mirada y sus frases todo el fatalismo desengañado de centurias de pobreza, refugiado en la sabiduría oral.

Y no podemos hablar del lenguaje sin destacar los tipos humanos que lo pronuncian. Entre todos sobresale Genovevo Garza, uno de los mejores personajes que ha salido de la pluma de Pérez-Reverte. Crueldad y lealtad, sentido de la honra e implacable con quien no la tiene, bestial y noble. Este genio Garza, como en ‘Línea de fuego’ había sido el manchego Ginés Gorguel, son piezas únicas que destacan por su riqueza de matices morales. Otra singularidad de la novela es la línea de flotación que supone el protagonista Martín Garret, joven ingeniero de minas, que va entrando casi sin quererlo en la lucha revolucionaria, pero no es un héroe cansado, como suelen ser los revertianos. Casi se diría que es un héroe en el sentido primerizo de la novela de formación, alguien que a lo largo de la novela se va dando cuenta de la complejidad de un mundo lleno de intrigas, donde casi nada es lo que parece y en el que guarda precisamente respeto y homenaje a los que luchan por un ideal que luego, al final de la novela, en palabras de Sarmiento, sabremos que se ha ido prostituyendo, como tantas revoluciones. 

Pero para esa mirada hay primero que tener la experiencia vital de quien comienza casi virgen en experiencia y termina teñido de sabiduría vital. Otra vez las mujeres incorporan diferente acento. La que más me gusta, aunque apenas habla, es la soldadera Maclovia Ángeles, compañera de Geno, a quien sigue mientras viva y se arrejunta a otro cuando muere. Y está también la periodista Palmer, reportera de guerras, una de esas mujeres fuertes, supervivientes escépticas, que el autor gusta incluir en sus novelas.

Considero que sobre cualquiera otra cosa, como lenguaje pero también como destino, esta es la novela de México. El escepticismo es un plano burgués, el fatalismo es campesino, el primero urde una conspiración, el otro se faja en la cuchillada bayonetazo del desmonte. La novela recoge tanto las traiciones de los salones de la alta burguesía y de la política como las refriegas soldadescas. Dejo sin decir lo que todo lector sabe: está narrada de una forma que te atrapa. Otro ejercicio renovado de un maestro de la narración.

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