09 octubre 2022

"Ya no hay polémicas como Dios manda"

Entrevista de Alberto Olmos - elconfidencial.com - 09/10/2022

La entrevista empieza donde acaba la novela: en el Palace. Este hotel de lujo cuenta con gran popularidad en Madrid, pues nadie ha estado, pero todos saben qué significa entrar en él. Decir Palace es decir ya muchas cosas, o una sola cosa definitiva. Quizá no ha puesto un pie en el hotel Palace ni el 99% de los madrileños. Abunda allí el turismo de presunción, los políticos de lo mismo y un artisteo de cuando triunfas. Se frecuenta mucho para poder llamar "conspiraciones" a charlas sin importancia. Arturo Pérez-Reverte, que mejora luego el retrato del lugar, lleva veinte años dando entrevistas desde el Palace, que es como decir que el Palace es el Palace por gente como él, no por el turista del selfie y las chanclas fosforito. El fotógrafo y yo hemos llegado con tiempo, y hacemos correr los minutos mirando por dentro este lujo. A mí me parece una mezcla de salón de bodas y estación de autobuses de provincias. Ya digo que luego Reverte le hará una mejor publicidad. Mientras aguardamos para subir a una suite, cruza el corredor Bárbara Lennie, muy propia para presentar películas en el Palace ('Los renglones torcidos de Dios'), con gabardina bicolor y belleza de cuando el cine era grande. Reverte ha dado ya muchas entrevistas sobre su libro 'Revolución' (Alfaguara) y por eso todavía no le dejamos hablar. Hay que contar algo nuevo, llevarle a decir cosas distintas. Las fotos, por ejemplo. Hacerle fotos a Arturo Pérez-Reverte no es como hacérselas a un futbolista, que se deja subir a un elefante por salir en portada del 'Marca'. "No", dice Reverte. Y también: "Eso no", "así no" o "el 35". El fotógrafo de 'El Confidencial' aprende mucho de fotografía haciendo fotos a este escritor.

Porque nuestro autor es, ante todo, un profesional. Igual que el entrenador que controla hasta la dieta de los recogepelotas, Reverte no deja que le hagas cualquier foto, no dice cualquier frase, no pierde el norte de por qué ha escrito una novela y por qué da una entrevista. "Esto te lo digo a ti, pero no lo pongas", dice a veces. 

-¿Por qué estamos en el Palace?

-Es mi hotel de toda la vida, desde hace veinte años. Cuando tengo nuevo libro me vengo aquí, me encierro en una habitación como ésta y voy recibiendo a la gente. Es más cómodo. 

-¿No hay un significado especial para ti?

-No, que me gusta. Tiene la vieja hostelería europea, esas maneras que son muy agradables. Es un hotel que me gusta mucho, es muy céntrico, está muy bien. Además esta novela termina en el Palace.

-¿No había aparecido antes en tus libros?

-Es la primera vez que aparece. 'Revolución' tenía que terminar en algún sitio en España. Había pensado en Lhardy y en el Palace. O el Ritz. Lhardy ya aparece en alguna de mis novelas; pues aquí.

-El final de 'Revolución' te ha quedado bien, muy de película.

-Hago lo que puedo, pero no diría que es de película. No todo lo que tiene que ver con el pasado tiene que ver con películas. Ese ambiente está en los libros y en la memoria. Yo llego a un mundo que se desvanece, la fiesta se había terminado y aún llego, por familia, por viajes, a conocer los últimos ecos de ese mundo, a través de los libros de mi casa, de mi abuela, de revistas. Tengo un testimonio directo de ese entorno, no es que tenga que recurrir al cine.

-'Revolución' es tu novena novela en ocho años. Vaya ritmo.

-Eso es un error de apreciación. Tardo un año, año y medio en escribirlas, lo que pasa que son novelas que llevan mucho tiempo gestándose. Ahora estoy trabajando en una novela nueva, que llevo por la mitad, y ya estoy pensando en la siguiente. Mis novelas se van gestando durante toda la vida. No empiezo una novela y la termino en el plazo de un año.

-¿Por qué ahora produces más?

-Viajo menos. La pandemia me hizo cambiar el sistema de vida. Me hizo viajar menos. Me he concretado más. Me ha dado un disciplina más doméstica. Yo soy un escritor profesional: me levanto por la mañana a trabajar de 8 a 2 de la tarde, todos los días de mi vida incluso festivos. Claro, eso al final te va cundiendo.

-¿Cuál fue el periodo en que te resultó más difícil escribir?

-Difícil nunca ha sido escribir, pero cuando era reportero resultaba más complicado. Estás todo el tiempo con una novela en la cabeza y de pronto te tienes que ir a los Balcanes, y luego cuesta más retomarla. Técnicamente era más complicado, pero en cuanto a ganas era igual, era sentarse. El presente es muy vulgar narrativamente hablando. Está todo trillado, todo es a base de tecnología, el entorno es vulgar.

-Javier Marías nos dijo que ya no podía escribir novelas en el presente, que le parecía falto de sustancia. Tú mismo, desde 'El francotirador paciente', ya solo escribes de un pasado más o menos lejano.

-Es exactamente igual que Marías. El presente es muy vulgar, narrativamente hablando. Está todo trillado, todo es a base de tecnología, el entorno es vulgar. Es más propio del cine, pero para una novela, el tipo de novela que me gusta leer y escribir, no me funciona. El siglo XX es la frontera. Mira mi teléfono móvil [saca un terminal de unos 30 o 40 euros], no es una pose, es que es verdad. Todo se resuelve a base de un dron, móviles, un hacker. No me apetece. No me siento a gusto en ese mundo. Procuro esquivar la tecnología todo lo que puedo.

-En tus últimas novelas hay muchas batallas y refriegas bélicas. Me pregunto si hay diferencia entre una guerra y una revolución.

-No hay diferencia para mí. Y eso está trasladado al personaje. No mira la revolución de manera ideológica. Yo hice guerras y revoluciones, hice ocho revoluciones y lo demás fueron guerras. Lo que me interesa a mí es el ser humano sometido a un montón de tensiones diferentes. Y eso es igual en una que en otra.

-Pero en la revolución hay como un levantamiento del pueblo o de parte de la sociedad contra otra, mientras que una guerra puede ser ir a luchar contra el país de al lado por cosas que no entiendes. Me preguntaba si entonces una batalla no sería distinta en ese contexto.

-A lo más que llego en esta novela es a la melancolía que se filtra en la certeza de que eso no valía para nada. Es a lo más que llego de ideológico, de conceptual. Lo que desarrollo son las relaciones humanas, la camaradería, la lealtad, la muerte. Los desgraciados de siempre son los de siempre y los canallas son los de siempre y cuando el desgraciado llega arriba se vuelve un canalla. Eso es lo que se vislumbra como melancólico foco de la historia.

-Es una elección narrativa.

-No creo que el narrador tenga un compromiso moral, los hay que lo tienen. Saramago, que era amigo mío, lo tenía y me parece muy bien. No tienes que exigirles a los escritores que sean todos como Saramago. Tengo además mis lectores, ese privilegio, no tengo que adaptarme, pensar si lo enfoco de esta manera para vender más o menos. Mi lector conoce mi territorio desde hace muchísimos años. Además yo nunca he sido partidario de la novela que hace que los personajes te den lecciones de moral. Yo lo que intento es que esos conceptos que deben estar en mi novela estén en el diálogo y en la acción, y que el lector sin darse cuenta se vaya impregnando de ello.

-Un trabajo interesante es el que haces con la oralidad en tu libro. ¿Leíste 'Cartucho', de Nellie Campobello?

-Claro, por favor. Yo para esta novela me vi todas las películas mexicanas, desde las antiguas hasta las modernas. Y me leí todo lo que hay, sobre todo por el lenguaje. Las novelas buenas de verdad son las contemporáneas de la revolución. Hablo de 'Cartucho', hablo de 'Los de abajo', de Azuela, hablo de 'Ulises Criollo', de Vasconcelos...

-Buscaste el registro del habla de aquel tiempo.

-Sí, porque el de ahora no me vale. Así que saqueé, de una manera gozosa, apuntando expresiones como "van a sobrar sombreros", "¿viene usted de mujerear?"… Son expresiones espectacularmente mexicanas y un español riquísimo. No hay español más potente que el mexicano. No puedo hablar igual Madero, que es un oficial, que Pancho Villa, que es un bandolero analfabeto.

-Pero, en realidad, al mismo tiempo, tienes que recrear una oralidad que no existe, no es solo trasladar.

-Sucede como en Alatriste, que en realidad no hablaban así. Tú no puedes meter en crudo el lenguaje de la calle, no funciona. Tú tomas expresiones del teatro de Lope de Vega o de las novelas mexicanas y eso hay que adaptarlo a tu contexto, a tu frase, a tu periodo y al personaje que lo está pronunciando. Nadie hablaba así, pero al que lo lee le va a sonar como que hablaban así. Ese punto de negociación, de confianza del lector, es muy importante. A eso dedico mucho trabajo.

-Me ha llamado la atención lo bien que fue tu novela 'El italiano'.

-Mis novelas funcionan todas muy bien.

-Sin duda, pero esta en concreto tiene casi 10.000 ratings en Amazon, por darte una referencia, y eso es muchísimo.

-Mis libros se venden siempre de 300.000 para arriba, pero es que hace veinte o quince años podían ser 500.000 u 800.000. Yo no me puedo quejar. Pero antes vendíamos, en plural, vendíamos más. Se ha contraído muchísimo el mercado. Si yo ahora fuese un joven escritor no haría novelas, haría videojuegos y series de televisión. El futuro es eso. Da igual el soporte, porque lo que importa es la historia. ¿Cómo le vas a dar a un chaval, a un gamer, una novela de 800 páginas? No se la va a tragar, es imposible. Le das la misma historia en un soporte que esté a tono con su momento. Esto no es ninguna tragedia, el mundo se va adaptando a otro medio. Yo estoy terminando un periodo vital donde esto era así, y entiendo que viene un mundo diferente. Siempre harán falta historias. 

-Ya veo que no lo lamentas demasiado.

-Aunque hay una cosa que sí me preocupa, y es que para que un contador de historias sea fértil necesita tener un mundo del que extraiga esas historias. Porque el mundo por sí mismo no basta. Que tú hagas muchas cosas en tu vida no es suficiente, hace falta tener un contexto cultural, literario y mecanismos narrativos que te permitan darle a todo eso profundidad y desarrollo. Para saber qué es un héroe hay que saber quién era Ulises y Teseo, y el Minotauro. Ese narrador futuro, digamos de dentro de 20 años, necesita tener un recorrido de tres mil años de cultura. Como eso está desapareciendo, gente con talento no va a tener la base interpretativa. Eso sí es un problema. Nos estamos desligando. La narración futura va a resentirse de esa falta de raíces.

-De los clásicos griegos, por ejemplo.

-Yo estoy con mi amigo Elie Bu Malham en el Líbano. Y esa noche vamos a un combate difícil. Y el estaba equipado con las cartucheras, el casco… Y en un momento pasamos cerca de su casa y me dice: "Voy a ver a mi hija". Y subo con él. La hija estaba en la cama, dormida. Entonces Elie se acerca a ella con el casco puesto y la niña cuando lo ve se pone a llorar. Y yo, claro, estaba viendo a Héctor [Ilíada, Canto VI, versos 465-480]. ¿Yo por qué veía a Héctor? Porque yo había leído 'La Ilíada'. Yo puedo hacer una novela sobre eso, 'La hija de Héctor'.

-Hay un ensayo sobre la paternidad que se llama 'El gesto de Héctor' por esto mismo.

-Sí, eso es fundamental. No me preocupa el lector del futuro, me preocupa el autor del futuro. Si no manejará las claves necesarias.

-Echo de menos en ti más libros autobiográficos, como 'Territorio comanche' o 'El pintor de batallas'.

-Claramente autobiográficos son solo esos dos.

-¿Y no te apetece contar algo de tu vida, hacer un recuento?

-No, para qué. He escrito mil quinientos artículos, de los cuales la mitad cuentan anécdotas de mi vida. Yo escribo para vivir otras cosas, no lo que ya he vivido. Además yo voy salpicando mi trabajo con escenas personales, como en esta novela. Cuando Martín en 'Revolución' apoya la cabeza en la pared porque piensa que le van a disparar, para no golpear con la frente la pared, ese soy yo en Nicaragua en el año 78. No tengo intención de escribir unas memorias. Además [duda] me parece de mal gusto.

-Hace poco fue el homenaje a tu amigo Javier Marías.

-Sí, quedó muy bien, quedó realmente bien. Fue un éxito enorme. Los amigos de Javier iban saliendo cada uno tres minutos y contando anécdotas, cosas de su vida, divertidas. Y terminó con su hermano Álvaro.

-No te han preguntado mucho sobre Marías en las entrevistas.

-Sí, algo sí. He dicho que es una vergüenza para el Nobel que Javier Marías no lo tenga. De todas maneras, el Nobel y otros premios se han ido todos a la demagogia facilona, al efectismo. [Da varios nombres de premios importantes echados a perder y de autores que deberían tenerlos.] ¡Esto no lo uses! Yo he venido a hablar de mi libro.

-Me impactó mucho la muerte de Marías. Tengo la sensación además de que se han acabado las grandes polémicas entre escritores.

-Ahora a los jóvenes se os va la fuerza por Internet. Antes una polémica como Dios manda era prensa, periódicos, un artículo, y al día siguiente contestaba el otro. Y además, como eran cosas que iban a quedar ahí, procuraban que estuvieran bien escritas, con buenos argumentos, no eran parte del ruido ambiental, eran cosas en páginas de prestigio. Ahora todo el mundo dispara contra todo el mundo. Antes te atacaba Marías, Torrente Ballester, Cela...; ahora se confunde con que cualquier tuitero pueda insultarte. Ha perdido la respetabilidad, el encanto, la categoría. Ningún escritor que se respete a sí mismo entra a debatir en las redes sociales con alguien que lo ataque. Un escritor se debe a medios serios. Y como eso ya no se da, pues supongo que poco a poco se va perdiendo la polémica literaria. Ya no hay polémicas como Dios manda. Y es una pena porque también había mucho talento en eso.

-También daba mayor viveza a la literatura, como de gente que se lo tomaba en serio. Recuerdo lo tuyo con Umbral, 'El muelle flojo de Umbral'.

-Después Umbral me veía y me daba un abrazo. Que esa es otra.

https://www.elconfidencial.com/cultura/2022-10-09/arturo-perez-reverte-revolucion-entrevista_3502872/

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