27 octubre 2022

“Un mundo de borregos sumisos sería insoportable”

Entrevista de Vicente Gutiérrez - milenio.com - 27/10/2022

Arturo Pérez-Reverte (España, 1951) dice que si fuera mexicano escribiría una novela cada seis meses ante lo maravilloso que es este país y a pesar de “que lo han machacado durante tantos siglos, tanto hijo de puta”. “México está lleno de cosas, cada persona que conoces es una novela, una cantina, una calle, una conversación, un taxista. Descubro historias continuamente en México, pero no tengo vida ni capacidad de escribirlas. Es un país tan ricamente variado y tan asombrosamente vivo. A pesar de que lo han machacado durante tantos siglos tantos gobiernos, tanto hijo de puta que ha destrozado a los mexicanos desde hace generaciones, todavía tiene esa capacidad brillante, ese coraje, ese potencial para el bien o para el mal”.

“Siempre me digo: "Qué pena un país donde la gente es brillante, hasta los narcos, hasta los delincuentes son tan brillantes en cuanto a imaginación y osadía; si eso fuese puesto en el lado del bien, si emplearan todo el talento, esa brillantez, ese valor, esa dignidad, ese orgullo en causas comunes que lo llevaran a resultados, sería un país maravilloso, sería el paraíso". Pero desgraciadamente no es así y sufro mucho por los mismos mexicanos”, dice.

El escritor y periodista es un tipo duro, y lo deja claro desde el principio de la charla con 'Milenio' para hablar de su libro 'Revolución' (Alfaguara), el cual lo trajo de regreso a México después de una década. No puede evitar dirigirse al fotógrafo para lograr un mejor encuadre y a este reportero lo ve con desconfianza; él es un periodista nato y eso no se olvida nunca.

—En 'Revolución' todo comienza con un robo, y sé que participaste en el asalto a un banco.

—En la novela, Martín roba un banco como yo cuando era joven (risas). Fue en Eritrea, en África, el 4 de abril de 1977. Yo iba con guerrilleros, atacaron la ciudad, volaron la caja fuerte del banco, se robaron todo y tomé dos fotografías. Tengo el recuerdo de un asalto al banco de joven, como personaje de mis películas o novelas, y me produce cierto orgullo en retrospectiva. Pero tiene su parte dura porque mataron a todo el mundo, una parte que no es divertida ni jocosa, pero para un joven de 22 años todas esas peripecias son un mundo fascinante.

—¿Martín, el protagonista de Revolución, tiene mucho de ti?

—Ninguna novela es autobiográfica. Lo que sucede es que el autor va dejando gotitas de sí mismo en los libros para hacerlo evidente. A Martín Garret yo le presto mi descubrimiento de la vida. Yo fui a mi primera guerra a los 22 años y descubro que es un mundo fascinante donde el horror también es una escuela de aprendizaje sobre el ser humano. Le presto un poco mi aprendizaje, el punto de la vida en la guerra, con los amigos, las mujeres, el dolor o la violencia.

—Parece que entre Teresa, de 'La Reina del Sur', y Martín hay un hilo que los une.

—Lo hay, porque también el de Teresa Mendoza es un proceso de aprendizaje. Es una chica analfabeta de Culiacán que termina siendo la reina de narcotraficantes en el estrecho de Gibraltar y vuelve a México a vengarse. Me gusta que las novelas sean el proceso del estallido de los personajes. Un personaje que hace una cosa y la vida lo obliga hacer otra, y verse abrumado por el golpe de la vida lo saca de sí mismo y lo hace pelear, avanzar, madurar.

—Y 'Revolución' ¿es una novela histórica o es de aventuras?

—Más que una novela sobre la revolución, que lo es, es el aprendizaje de un joven y cómo la aventura, la violencia, la amistad, el horror, la lealtad, el dolor, la muerte, pueden hacer que un joven inexperto se convierta en alguien con una mirada lúcida. Es un proceso de madurez, de iniciación.

—¿La famosa fotografía del desayuno en Sanborns de dos guerrilleros detonó la novela?

—Toda novela es compleja y se hace de vida, de recuerdos, de imaginación y de lectura. En mi casa conocíamos mucho de la revolución mexicana por un amigo de mi bisabuelo pero un día vi esa foto del desayuno afuera del bar La Ópera y me di cuenta de que ese mundo, esa vida, esa memoria revolucionaria mexicana entroncaba con la famosa foto del archivo Casasola y mi biografía de niño en casa.

—El México de Revolución ya no existe.

—Quedan huellas, pero sí, ya no existe como tal. Para reconstruir el México revolucionario me leí todo lo que pude, me dediqué a ver películas, buenas y malas, como 'Enamorada' y hasta 'La soldadera', con Silvia Pinal; compré mapas, revistas de la época, me rodeé de un material que me permitía moverme con soltura por el mundo aquel.

—Entonces, ¿qué México ves ahora?

—Lo gracioso es que llego a México y no veo el de ahora, veo el de mi novela. Ha sido tanto el tiempo con eso en mi cabeza que ahora elimino lo moderno porque estoy viendo debajo; los tranvías, los carros, el quiosco en la plaza del Zócalo… es una singular sensación la del novelista que a fuerza de trabajar con la imaginación termina modificando en su cabeza la realidad actual.

—Una revolución no es romántica.

—Ninguna lo es. A veces, en la posteridad, se hace que la miremos de una manera romántica o embellezcamos la revolución, pero todas son sucias, crudas, sangrientas y malas.

—¿Y qué sucedió con la Revolución Mexicana?

—Se vendió una revolución folclórica con Pancho Villa o “si Adelita se fuera con ese tipo” que tapó la realidad más dura, profunda y dramática de la Revolución, donde los humildes por primera vez se levantaron, pelearon, y donde los ricos tuvieron miedo. Donde el mexicano demostró lo mejor y lo peor de su naturaleza: brillante y sombrío, cruel y tierno, violento y generoso. Esa gran lección de la Revolución mexicana ha quedado tapada por el folclor. Con esta novela quiero devolverle a la Revolución, sobre todo a los personajes, esa ternura, violencia y dureza que el folclor y los clichés han ido desvaneciendo.

—Mencionas mucho que no eres un gachupín.

—En México aprendo continuamente, aprendo de todo, voy a una cantina y escucho. Aprendo coraje, dignidad, memoria, muchas cosas. Me siento mexicano. Yo no quería que esta novela fuera escrita por un turista, un gachupín que viene aquí y se va. Quien la lea, que sea como si la hubiera escrito un mexicano, y a eso me he dedicado, y que los lectores decidan, y si no pues que me "afusilen" cantando.

—Parece que Villa es tu personaje favorito en tu historia.

—Sí, porque reúne lo mejor y lo peor del mexicano, un bandolero, mujeriego, fanfarrón, gritón, mientras que Zapata era mejor persona, noble, un tipo culto y silencioso. Para mi novela Villa es el gran personaje de la Revolución Mexicana, era el mexicano que yo quería y es espectacular, por eso lo utilicé más.

—En la novela escribes que “para cualquier mexicano la palabra "gobierno" es sinónimo de enemigo”.

—Todavía ahora. Me gusta mucho la música mexicana, los narcocorridos, la Revolución y la palabra "gobierno" siempre aparece como enemigo. El lado malo para el pueblo siempre es el gobierno, del gobierno nunca viene nada bueno; los rurales, los pelones, los de hacienda, el amo que es próximo al gobierno, y es muy significativo que todavía hoy en día en México la palabra "gobierno" tenga connotaciones negativas.

—No crees en las revoluciones.

—No creo en el resultado de las revoluciones. He leído demasiado historia y soy un hombre informado. Yo creo que siempre terminan secuestradas por los de arriba, y cuando el de abajo llega arriba se convierte en los de arriba. Hace falta la idea de la revolución. Es posible que los hombres se rebelen, peleen o que fracasen. El acto de pelear ya es una revolución. ¡Un mundo de borregos sumisos sería insoportable!

—¿Hasta aquí llegaste con México?

—No lo sé. Yo tengo 71 años y sé lo que me queda. Puede ser uno, dos o 12 años, y hay novelas que seguiré escribiendo mientras no empiece a chochear como algunos escritores, que ya se les va la olla. Mientras me sienta vivo y feliz, lo seguiré haciendo.

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