05 octubre 2022

“El problema de España es cultural, no político”

Entrevista de Antonio Lucas – elmundo.es – 05/10/2022

Y señalando el anaquel que queda enfrente, donde asoman unos álbumes finos con el lomo en tela de distintos colores, dice: “Si hubiese un incendio sería lo primero que pondría a salvo”. Arturo Pérez-Reverte vive en lo alto de un otero a las afueras de Madrid. Al arquitecto que levantó este lugar le exigió esto: la casona tenía que estar al servicio de los libros. La casa era para ellos. La biblioteca acumula 30.000 volúmenes más o menos. Es su almacén de suministros: primeras ediciones, ejemplares difíciles de encontrar, algunos en encuadernación exquisita, mapas, caprichos… La biblioteca da la bienvenida a una encrucijada: la cabeza de un ciudadano carburando entre viajes, recuerdos de guerras y macutos cebados de lecturas. Los que salvaría de las llamas son los de la colección completa de la primera época de Tintín. El número 1 es de diciembre de 1958: ‘El cetro de Ottokar’. “Hice esta casa para leer escribir y como último refugio. Aquí moriré”, explica. En la segunda altura suma otros tantos millares de DVDs. Arturo Pérez-Reverte tiene 70 años.

Trae novela nueva, ‘Revolución’, publicada por Alfaguara. La primera edición sale con 185.000 ejemplares. 459 páginas en apnea sobre el período revolucionario de México, que se extendió entre 1910 y 1920. La revuelta que desalojó del poder al dictador Porfirio Díaz. Una historia extrema, cautivadora, abundante de aventuras, humanidad y violencia. Sí: humanidad y violencia. “Aquella fue una revolución buena, noble. Las hay cuestionables, oscuras, siniestras”, dice. “Pero la mexicana era indiscutible: un país oprimido, en manos de caciques, que un siglo después de la independencia continúa gobernado por los de siempre y donde la gente sencilla muere agotada, trabajando como bestias en el campo y comprando los productos básicos al mismo sujeto que los explota. México necesitaba una sacudida. La Revolución Mexicana fue necesaria”.

Se hace sitio en un sillón de cuero y dispara la primera ráfaga de conversación sin confitura. Cada vez más lejos de las refriegas, pero aún ágil para cruzar la zona batida o actuar en primera línea de combate. Tiene un claro sentimiento devastado de la existencia. Sherlock y Rumba ladran defendiendo el fuerte. Dos teckel de pelo duro, musculosos, de pata corta. La certeza de una necesaria justicia social permea la novela. Y es que en ese tiempo gran parte del pueblo mexicano era un bulto echado sobre la tierra, palpitando en una esquina. ‘Revolución’ está escrita bajo el volteo general de un entusiasmo: el de Reverte por hacer de la Historia una herramienta para hablar de lo de ahora. De lo de siempre. La Historia como espejo. No como nostalgia, sino como baliza. “Es algo que está en muchas de mis novelas: la interpretación del presente a partir de lo que ya ocurrió”.

El primer párrafo de revolución viene así: “Esta es la historia de un hombre, tres mujeres, una revolución y un tesoro. La revolución fue la de México en tiempos de Emiliano Zapata y Francisco Villa. El tesoro fueron quince mil monedas de oro de a veinte pesos de las denominadas maximilianos, robadas en un banco de Ciudad Juárez el 8 de mayo de 1911. El hombre se llamaba Martín Garret Ortiz y era un joven ingeniero de minas español. Todo empezó para él ese mismo día, cuando desde su hotel oyó un primer disparo lejano”. Es una novela de iniciación con un protagonista español veinteañero, ingeniero de minas, involucrado en la sublevación y que va descubriendo el mundo a partir de su curiosidad y entusiasmo por los revolucionarios. “Necesitaba a un protagonista muy racional, de mente científica, matemática, alejado de cualquier romanticismo ideológico y literario, alguien sereno, un modelo de observación. Es la experiencia que adquiere allí sobre el terreno la que lo hace actuar”.

Tres mujeres puntean también el relato “Ellas impulsan la trama. Una soldadera que acompaña a su pareja en la revolución, una mujer de clase alta y una corresponsal de prensa inquietante, Diana Palmer, un guiño a ‘El hombre enmascarado’.  La novia del protagonista de ese cómic se llamaba Diana Palmer. Un homenaje a los tebeos de cuando era niño. Javier Marías habría apreciado ese detalle”. Y por encima de todas las cosas, ‘Revolución’ indaga en un general inflamado de pasión por la balacera, Pancho villa.

—Escogió como eje de la historia uno de los hitos sentimentales de la izquierda hispánica.

—A la izquierda mexicana la he oído hablar de la revolución muchas veces, como es normal. También a la derecha de allá, pero en España no recuerdo haber escuchado a nadie referirla, ni a izquierda ni a derecha. Es más, creo que los políticos españoles lo ignoran todo sobre aquel movimiento. Callan por ignorancia, no por olvido.

—Para una generación española sí fue cercana: la de aquellos que marcharon a buscarse allí la vida a finales del siglo XIX y el primer cuarto del siglo XX.

—La Revolución Mexicana la vemos ahora muy lejana muy desmitificada, pero cuando comienza, el 20 de noviembre de 1910, es algo insólito. Aún no había ocurrido la Revolución Rusa, no había estallado la Primera Guerra Mundial. Estaba todo por ocurrir. Los grandes acontecimientos que zarandearon Europa en el siglo XX no habían cuajado, así que lo de México antecede a todo.

El estado natural de Arturo Pérez-Reverte se balancea entre un visible desengaño y una condición de sujeto alerta que no pierde la sonrisa, pasando por alguna escaramuza si alguien aprieta demasiado. Cuando se arranca a hablar desmenuza los pormenores de su ánimo y de su visión del mundo. Esquiva la política en la conversación. Está cansado de decir cosas que son tomadas después para meter al oyente en situación. A la izquierda limita con el ejemplar número 79 de la colección de clásicos de Gredos (la tiene completa a la derecha de los tintines). El 79 es el de ‘Vidas’, de Cornelio Nepote, el biógrafo latino más antiguo cuya obra sobrevive en la actualidad. A la derecha con un sable de cuando el desastre de Annual (1921). Hoy despliega un entusiasmo primordial por los días mexicanos de la revolución, y de una zancada maciza salta del sillón a la estantería a por más libros. México es de los países latinoamericanos que mejor conoce, y más el norte que el sur.

El gran alumbramiento de la revolución son las dos figuras inmensas de Emiliano Zapata, que representa al campesino triste, sureño, al indio oscuro, callado, bravo, receloso, y de Pancho Villa, que es lo opuesto: el norteño exultante, festivo, ruidoso, mujeriego, generoso. “Pero los dos querían lo mismo: educación para el pueblo. Si elegí las acciones de Villa es porque conozco mejor el norte que el sur de México, y la revolución norteña me parece más luminosa”, explica a la velocidad acostumbrada. “Una revolución se hace matando. Suele arrancar con ideas nobles, pero la misma ejecución de esas ideas ya supone una carga de realidad humana. Hay que matar, encarcelar, usurpar… Y al final, cuando el revolucionario llega al palacio, suele haber alguien ahí esperando para tomar las riendas, alguien que no combatió para llegar al poder. Y si es el mismo revolucionario el que se queda al frente, antes o después se convierte en un ser tan perverso o más que aquel contra el que combatió. No falla”.

—Ha conocido revoluciones por dentro, como la de Nicaragua. ¿Hubo atracción?

—No era mi papel. Estuve como reportero, así que la exploré bien. También tenía buenas intenciones, pero mira cómo ha terminado: una revolución para que Daniel Ortega tenga una finca. ¿Y qué decir de Cuba? Sin olvidar que el fascismo también tuvo sus revoluciones. El nazismo es lo que más se parece desde la extrema derecha a una revolución, y también contó con gente de buena intención que confió en aquello.

—Pero su aprendizaje fue la guerra.

—La guerra es la escuela de comportamiento más abundante, terrible y fascinante. Solo tienes que sobrevivir a ella. En la guerra aprendí mucho, y esa mirada, ese aprendizaje mío, se lo paso a Martín Garret, aunque no seamos lo mismo.

—Aprender de una guerra no es aprender de una revolución.

—No lo es, pero cuando uno hurga en una y en otra ve aspectos similares. Ambas exhiben al ser humano llevado al extremo. Ideológica y socialmente son diferentes, pero Martín Garret es un observador de la condición humana, ese “tercer hombre” del que hablaba Pascal, y en ese punto ambas se parecen, porque las hacen seres humanos que en el mismo día, en cuestión de horas, son capaces de cosas hermosas y terribles, de ternura y de violencia, de crueldad y de lealtad.

A través de los diálogos de ‘Revolución’, como en ‘Línea de fuego’ y en ‘El italiano’, las dos novelas anteriores, Pérez-Reverte desliza ideas, conceptos y descripciones. Los esfuerzos del escritor y académico están más encaminados a que el claustro interior de la novela sea el fraseo entre los personajes. Trabajar con el lenguaje de aquellos días da veracidad. “México es el país lingüísticamente más creativo del mundo. Son muy rápidos e intuitivos. Escuche esto: “Van a sobrar sombreros”, dicen ante una posible balacera. Es maravilloso. Pérez-Reverte tiene allá, desde ‘La Reina del Sur’, una larga huella de éxito. Mientras habla de esos años se le hacen los ojos de agua y afuera huele a hierba recién segada, aún sangrante.

—De la Revolución Mexicana a la guerra de Ucrania el mundo ha cambiado tajantemente.

—Aunque los mecanismos básicos del ser humano siguen siendo los mismos: amor, odio, lujuria, subsistencia, alimentación, nido, familia, tribu, violencia, defensa, compasión…

—¿Qué ganó México con la revolución?

—Saber que la revolución era posible. Eso ya es ganar. Que el poder tenga miedo del pueblo en armas es una victoria.

—Pancho Villa odiaba a los españoles.

—Un odio atroz, sí.

—Recobrado ahora de otro modo por López Obrador, presidente de México, que acusa a este país de genocida en el descubrimiento de América.

—Pero hay una notable diferencia entre el odio de Villa y el de López Obrador: el del revolucionario tenía raíces, venía de una familia explotada, y los españoles eran quienes entonces detentaban el poder o estaban aliados con los poderosos de la dictadura de Porfirio Díaz, así que había motivos. López Obrador no los tiene. Es un nieto de españoles con acceso a la educación, a la cultura. Está casado con una mujer especialmente culta. Él sabe cosas, ha tenido oportunidades, no es un bandolero visceral como Villa, así que en su caso suena todo a demagogia, a impostura.

—Tuvieron algún desencuentro.

—Me señaló dos veces en su espacio televisivo, una de ellas con una fotografía grande. Yo le llamé imbécil, así que fue un intercambio equitativo. Algunos mexicanos se enfadaron conmigo y me insultaron, pero con el tiempo bastantes de aquellos indignados me dieron la razón.

—Y luego está aquel otro México de los años 40, espacio de acogida del exilio español bajo el gobierno de Lázaro Cárdenas.

—Entre las más generosas y conmovedoras hazañas solidarias de la historia del siglo XX está la acogida americana, y sobre todo la mexicana. Permitió reanudar vidas, recomponerlas. España debe estar agradecida a ese México que dio sitio a tanta gente forzada a salir en la guerra civil y en la posguerra.

La tarde va cayendo al suelo y deja un rastro de luz lívida. Pérez-Reverte tiene a su cargo algunas verdades despiadadas. Por ejemplo, la de señalar que el sueño insurgente se malogró cuando algunos revolucionarios codiciosos y traidores cambiaron las mulas por los cadillacs, y los ideales que promulgaron educación y justicia social aún están pendientes.

—¿Le seduce algo de la España de ahora para una novela?

—¿Una novela que tuviese como fondo a Echenique, a Abascal, a Pablo Iglesias, y dedicarles un año y medio de mi vida? Eso no es serio.

—¿Cuál es la emergencia principal de este país?

—La de siempre: cultura y educación. El problema de España es cultural, no político. Un pueblo con los niveles de educación tan bajos y confusos como en este momento no tiene posibilidad de sobrevivir. Por eso las revoluciones de verdad, las serias, promovían la educación para todos como principio. Esa también fue la apuesta de la Segunda República en España. Es la única manera.

—La edad le ha hecho más escéptico.

—Escéptico fui siempre. Cuando tienes libros en la mochila y vives como yo viví desde joven tienes que ser escéptico, no queda otra. Muy pocas ideas resisten. La edad no me ha hecho más escéptico, sino que ha confirmado los temores y sospechas que tenía en mi juventud, y eso no me hace feliz. Me gustaría tener fe, creer en cosas. Envidio a quienes lo pueden hacer. Yo no disfruto con la melancolía ni con el escepticismo, lo pasó mal. Cuando veo a una pareja de jóvenes besarse quisiera pensar que van a ser felices juntos los próximos 60 años de su vida, pero me temo que no podrá ser. Cuando veo a un político prometiendo pan para el pueblo me gustaría creer que es verdad, pero sé que no será así. El escepticismo es muy incómodo. Me protege tener práctica

Los primeros ejemplares de Tintín que Arturo Pérez-Reverte salvaría sobre todas las cosas están junto a la caprichosa colección de diccionarios de la Real Academia Española. He aquí un ejemplo glorioso del poder vinculante de las palabras. Sherlock y Rumba juegan callados en el jardín.

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